domenica 22 dicembre 2013

El resfriado de Papá Noel

1

Puede ser que no me creáis... porque no os ha sucedido nunca. Pero estoy segura que si os hubiera pasado a vosotros ya se lo habríais contado al mundo entero.

Érase una vez una bonita casa, donde vivían tres hermanos: Rubén, el más grande, tenía seis años pero aparentaba siete. Chiara, tenía cinco años y una sonrisa que medía cinco metros. Y Francesco, el más pequeño, dos años aún por cumplir ¡pero un montón de travesuras ya cumplidas!.
Todas las noches, después de cenar, cuando ya se habían lavado los dientes y puesto los pijamas, llegaba el papá con el libro que habían escogido ellos mismos debajo del brazo.
Como todas las noches, Rubén decía que no le gustaba la historia, que era de niños pequeños, o aburrida... Pero al final era el que más atento estaba.
Como todas las noches, Chiara se quejaba unos minutos porque habría preferido otro libro diferente, para más tarde, durante la lectura, perderse acariciando a su hermano pequeño, acostando en la cuna una muñeca y durmiéndose con una mecha de cabellos entre los dedos. Y como todas las noches, a Francesco no le importaba para nada el libro, sino los mimos de su hermana o los juguetes, mientras bailoteaba cantarín por la habitación.
Aquella noche, pues, llegó el papá con la historia. Pero aquella no era una noche cualquiera, era Nochebuena. El libro también era especial. Narraba un viaje fantástico entre magia, regalos y Papá Noel.
El árbol de Navidad estaba en el salón, con las luces encendidas, y a sus pies, sobre una bandeja, bien preparadas: la carta con la lista de regalos, la leche, las galletas y las zanahorias.
El papá apagó la luz de la habitación, encendió la lamparilla de la mesita y se sentó en el suelo quitándose los calcetines. Abrió el libro y empezó a leer, con su voz cálida y un poco melódica que conciliaba el sueño. Después de la cena, los tres hermanos tenían la barriga llena, estaban cansados y se durmieron enseguida. Pero Rubén, que no dormía nunca profundamente, se despertó al cabo de pocos minutos. ¡Qué sorpresa! El libro estaba en el suelo, abierto, al lado de los calcetines, pero... ¡el papá no estaba! Lo llamó despacio varias veces y, con ese poco de miedo que lo acompaña siempre, decidió despertar a sus hermanos.
Cuando estuvieron los tres bien despejados, fueron a buscar al papá. A pesar de la oscuridad de la casa, las luces encendidas del árbol les permitían caminar por el pasillo. El papá no estaba durmiendo en su cama. Tampoco estaba en el bagno, y nisiquiera en el salón. ¿Y en la cocina? Menos aún.
Volvieron a su habitación y fué entonces cuando se percataron que las páginas del libro que poco antes estaba leyendo el papá se iluminaban levemente. Y mientras las miraban asombrados un rayo de luz surgido del libro los engulló.
En un periquete, en el dormitorio verde con tres camas, no quedó ni un solo niño.


2

Se despertaron en una habitación con el suelo y las paredes de madera. Tenía dos grandes ventanas, desde las que se veía una pequeña ciudad iluminada con lucecitas de colores y donde todo lo cubría un manto de nieve blanquísima. La estancia estaba llena de luz y, aunque llevaban puesto sólo el pijama, se sentía un agradable calorcillo. Era raro, los tres hermanitos sabían que estaban solos y sin embargo no tenían miedo.
Esperaron un poco, por si alguien venía a buscarlos. Pero al cabo de un rato Rubén buscó con la mirada a su alrededor y tomó una decisión. Debajo de un gran cartel donde estaba escrito “SALIDA PARA NIÑOS” (era el hermano mayor y sabía leer muy bien) había una puerta de madera muy pequeña. La atravesaron si dificultad y se encontraron en un largo pasillo lleno de ventanas del que no se veía el final, era tan largo ¡que parecía infinito!
Allí les esperaba un pequeño elfo vestido de verde y rojo. Era tan alto como Chiara, pero redondito, como si se hubiera comido dos almohadones sin masticar. Toda su ropa estaba hecha de papel. Papel de acetato para los calcetines, cartulina para los pantalones, cartón para los zapatos, papel de aluminio para la camisa y cintas brillantes para el cinturón, las mangas y el cuello. Y en la cabeza un gorro de papel pinocho y terciopelo, con una campanilla de fieltro en la punta. De verdad que era un traje bonito. Parecía un regalo a forma de elfo.
-Os estábamos esperando- dijo. -Vuestro padre empezaba a preocuparse.
Y los hizo subir en un pequeño tren de madera, tan pequeño que en cada vagón cabía sólo una persona. Dos conejos blanquísimos como la nieve tiraban del tren y, veloces, partieron hacia la meta.
-Vuestro papá está muy ocupado. Así que os llevaré primero a hablar con nuestro jefe. Él os lo explicará todo.
Así pues, mirando por las ventanas el cielo estrellado y los techos de las casitas iluminadas, llegaron al final del trayecto.
Rubén, Chiara y Francesco esperaron cogidos de la mano mientras el elfo entraba por una enorme puerta blanca y roja. Tenían los ojitos bien abiertos, no se querían perder nada de lo que estaba sucediendo. En sus cuerpos temblorosos no había conseguido entrar ni una gota de sueño.
El elfo salió poco después y los acompañó al interior del despacho del jefe.


3

Era una habitación pequeña pero muy ordenada. Una mesa grande, una chimenea donde ardía el fuego, estanterías llenas de cajas y un sillón donde estaba sentado un anciano grande y gordote, con barba blanca y gafas. Tosía y se sonaba la nariz constantemente. Sólo cuando terminó, metiéndose en el bolsillo el grande pañuelo, los tres hermanos supieron quién era la persona que tenían delante.
Francesco gritó señalándolo con su dedito:
Papaolé!.
Sí, era él. Un poco estropeado por culpa del resfriado, claro, pero era Papá Noel en persona.
Viendo las caras de los niños, Noel sonrió entre la frondosa barba blanca, por debajo de su nariz roja. Rostros embelesados, un poco asustados quizás, y con las miradas llenas de asombro. ¿Cómo era posible que después de tantos años no se hubiera cansado todavía de ver tanta maravilla?
Chiara fue la primera que se rehizo y preguntó por su padre.
Entonces Papá Noel empezó su relato:
-Esta noche, como vosotros sabéis, es Nochebuena. Tenemos mucho trabajo. Debemos preparar los regalos que llevaremos a todos los niños del mundo. Pero últimamente hemos tenido problemas... Yo me he puesto malo (aaatcchuú) como podéis ver - y se sonó otra vez la nariz- He tenido que guardar cama durante algunos días, entorpeciendo el trabajo de todos.
Luego, de golpe, ¡se han resfriado los elfos también! ¡Un desastre! Necesitábamos de verdad un papá como el vuestro...
Los niños lo miraban como hipnotizados. ¿Es que no habrían  entendido bien lo que les estaba explicando aquel señor anciano y barbudo?
Papá Noel decidió que, como para todos los niños, una demostración valía mucho más que las palabras. Y los llevó a visitar su Fábrica de Regalos.
Detrás de una estantería del despacho había una palanca. Noel la hizo girar y la pared entera dió la vuelta sobre sí misma. En un segundo se encontraron dentro de una enorme y ruidosa galería.
A su lado vieron cinco grandes tubos que provenían del exterior, desde los que entraban cartas de todos los colores, medidas, idiomas y procedencia. Los sobres caían en grandes contenedores que se llenaban en un santiamén.
-Nuestras palomas recogen las cartas que escriben todos los niños de los cinco continentes y las traen hasta nuestros buzones, pero nosotros las acumulamos todas juntas.
Siguieron caminando por el pasillo mientras Papá Noel sacaba otra vez el pañuelo y su nariz se volvía cada vez más roja. A los lados corrían como flechas docenas y docenas de conejillos blanquísimos, arrastrando tras de sí los pequeños trenes de madera llenos hasta los bordes de cartas.
Hasta que avistaron el lugar donde iban a parar todas ellas.
-Este es el trabajo más complicado. Hay que traducir las cartas, las exigencias y los deseos de cada niño.
Delante de ellos se encontraba la máquina más extraña que habían visto nunca. Era de colores y tenía la forma de una armónica, pero mucho más grande. Tan grande que se podía entrar a través de los agujeros. De hecho, era dentro de cada orificio donde los trenecillos de madera acababan su recorrido. Desde allí los tres hermanos podían ver sólamente los agujeros de la armónica, pero oían una música extraña que flotaba en el aire. A veces era lenta, melodiosa, y un momento después cambiaba ritmo y te daban ganas de bailar. Luego otra vez lenta, luego rápida, y entonces te daban ganas de cantar.
-Aquí está la clave de todo- dijo satisfecho Papá Noel -Con esta armónica transformamos los cientos de idiomas del mundo en el lenguaje unirversal: la Música!
-¿Y cómo lo hacéis?-preguntaron los niños.
-Es muy sencillo. Las palabras de los niños no son como las de los adultos. Son cristalinas, límpidas. Dicen exáctamente lo que quieren decir. Los niños no saben esconder secretos debajo del lápiz, no conocen significados diferentes de una misma palabra. Y escriben como leen: con los dedos, con los ojos y con el corazón. La cabeza no les sirve todavía a los niños. Ellos piensan con el alma. Por eso no sirven grandes especialistas en idiomas. Porque las palabras de los niños son tan puras que podemos trasformarlas fácilmente en música. Y así, cada carta se convierte en una partitura.
Y se le escapó otro esturnudo.
-Aaatchú!
La expresión del rostro de Rubén era un gran signo de interrogación. Lo único que se le ocurrió decir fue:
-Yo se leer y escribir.
-Yo también - dijo Chiara, aunque no era del todo verdad, pero estaba tan confusa después de la explicación como su hermano.
-Yobebén- dijo Francesco. Pero en sus ojos ya no quedaba mas que sueño y cansancio.
-Pues me parece estupendo- dijo Papá Noel - Así podremos convertir vuestras cartas en música.


4

Caminaron alrededor de la máquina y vieron largos cables que unían el instrumento con algunos pupitres, donde estaban sentados unos cuantos elfos con grandes auriculares blancos en las orejas. Entre ellos estaba el papá, con los suyos puestos, que trabajaba con entusiasmo.
-Cada elfo traductor escucha la música y escribe la partitura. No importa el idioma de origen. La música es música. Se traduce en emociones. Nuestros elfos son especialistas en traducirlas. Descifran entre las notas los deseos y los sueños de los niños. Y así, podemos preparar los regalos y repartirlos por el mundo.
-¿Y el papá?- preguntaron.
-¡Aaaatchú!- Papá Noel estornudó con fuerza y  después de sonarse bien la nariz dijo:
-Cuando nos resfriamos y tuvimos que guardar cama, nos dimos cuenta que necesitábamos ayuda. ¡Pero no podía venir qualquiera! Tenía que ser una persona extraordinaria. Ya nos ha pasado otras veces. Se necesita un papá particular, con características especiales: Un papá que sepa contar historias, porque si no, no se habría creído ni una palabra de la nuestra. Tiene que saber también un poco de música. ¡No todos saben reconocer las notas! Un “do-re-mi” equivocado podría llevarnos a entregar una calabaza en vez de una bicicleta. Se necesita un papá que sepa reconocer las emociones, y ver lo que se esconde detrás de vuestras sonrisas o lágrimas cuando es la hora de acostarse. Un papá dispuesto a sacar punta a los lápices del estuche todas las tardes y que se haya levantado de noche al menos mil veces por oíros llorar, de lo contrario no podría jamás traducir las prodigiosas palabras de los niños. Un padre que sea paciente, porque esta noche tendrá que pasar muchas horas entre pensamientos infantiles. Y además, ¡era necesario saber utilizar el termómetro y dar cucharadas de jarabe! Hemos tenido que tomar la fiebre a los elfos por lo menos tres veces al día y darles dos cucharaditas de sirope de polvo de estrellas de mar. ¡No,No! ¡No podía venir qualquiera! Vuestro padre era el padre que necesitábamos.
Se acercaron rápidamente a la mesa del papá, que movía la cabeza y los pies al ritmo de la música mientras escribía sobre un montón de papeles de colores.
Cuando alzó la vista sonrió y se alegró mucho de ver a sus hijos en medio de aquel mágico mundo navideño, que le parecía todavía más especial ahora que estaban dentro ellos también.
Los abrazó con fuerza y, con el más pequeno sentado sobre las rodillas, siguió trabajando con frenesí. ¡Faltaba poco tiempo para la entrega de los regalos!
Rubén y Chiara querían ayudar y Papá Noel los llevó donde podían aprovechar sus cualidades. Chiara, que sabía pintar muy bien, fué a las Cintas de Fabricación de Papel de regalo, donde comenzó enseguida a colorear decenas de embalajes diferentes. Y dibujó árboles, copos de nieve, campanillas, lazos, pequeños papá noeles, renos, ositos, estrellas... hasta saciar sus manos de artista.
Rubén, gran experto de letras minúsculas y cursivo, acabó en la sección de Envíos. Le dieron la pluma más bonita que había visto nunca y que cambiaba mágicamente de color a cada nuevo nombre. Escribió y escribió centenares de direcciones, escrupulosamente, sobre cada regalo.
Mientras tanto, Francesco se había dormido profundamente en brazos del papá, soñando música y luces de colores.
Ayudaron a Papá Noel y sus elfos hasta medianoche.
-Muchas gracias, niños. Sin vostros y vuestro padre no habríamos conseguido terminar a tiempo.
Un ejército de conejillos blancos llegó arrastrando trenecitos de madera que fueron llenados rápidamente de regalos. Llevaron al exterior todos los paquetes, donde esperaba Papá Noel sobre su trineo, enorme y brillante, guiado por doce espléndidos renos de cuernos largos y aterciopelados.
Una vez cargados todos los paquetes, Papá Noel, tras dos fuertes estornudos –¡Aaatchú, atchú!- se lanzó hacia las estrellas como un cohete perdiéndose en la noche.
Mientras los tres hermanos y su papá miraban el cielo maravillados y un poco cansados, un rayo de luz los envolvió deslumbrándolos.
Cuando abrieron los ojos, estaban en la habitación verde.
El libro estaba donde lo habían dejado. ¡Oh! ¡La mamá! ¿Se habría dado cuenta de su ausencia? Entraron despacio en el dormitorio...uff, menos mal, aún dormía.
Estaban tan cansados que, después de colocar el libro en la estantería y haber susurrado “buenas noches”, se durmieron enseguida. El papá colocó suavemente el todavía durmiente Francesco en su cuna y se fue a descansar.


5

El día siguiente se despertaron con una música suave que venía de alguna parte de su pequeña memoria. Se catapultaron hacia la cama de sus padres, felicitándose la Navidad en una maraña de sábanas y abrazos.
-¡Papá Noel!- gritaron los niños al cabo de un rato.
El papá entró al salón, mientras Rubén, Chiara y Francesco lo seguían temerosos porque no sabían lo que se podían encontrar.
Sobre una tela roja vieron cinco maravillosos paquetes envueltos en papel perfumado y de brillantes colores, donde se reflejaban las lucecitas encendidas del árbol de Navidad. ¡Podían incluso reconocer la escritura de Rubén y los dibujos que había hecho Chiara!
Los niños se miraron felices, aquella noche habían visto cosas extraordinarias, cosas que no podían contar a la mamá porque no los habría creído nunca.
Entonces el papá les guiñó el ojo, poniéndose un dedo en los labios.
-Ssssshhhh- dijo. Y su boca se curvó en una bellísima sonrisa.
Papaolé!-exclamó Francesco. Y la boca de la mamá se curvó en otra bellísima sonrisa, ajena a la increíble aventura nocturna que se había perdido.

¡Aaaatchú!





A Rubén, Chiara y Francesco, que tienen el padre que se merecen.


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