Para el 2014 voy a meter en
mi mochila unas cuantas cosas. Son las cosas que llevaré conmigo para el año
que viene. Me las llevo porque no me puedo separar de ellas, o porque no
consigo quitármelas de encima aunque quisiera. Depende.
Del 2013 me llevo sus
sonrisas infantiles, que ya son años que las meto en la mochila. Es lo primero
que me guardo. Porque así se mezclan con todo, lo diluyen, lo bueno es más
bueno y lo malo me pesa menos. No me dejo ni una de las sonrisas, que ya se ocupará
el paso del tiempo a perdérmelas por el camino. Y alguna que otra de sus
lágrima he cogido, para que no se me olvide que fueron culpa mia.
Me llevo los libros que he
leído, porque son el oxígeno de la mente, la ventana que abro para hacerla
respirar. Me llevo las páginas que
escribo y el despertar de estos dedos, que son la puerta y la cura de mis
inquietudes. He metido también la música
que todavía me hace llorar y me encuentra en la memoria los recuerdos que había
escondido con esmero.
He echado en la mochila todo
un año de esperanzas, las satisfechas, las incumplidas y las que tienen toda una vida
por delante para sorprenderme. Las he
metido con los miedos, porque también me los llevo. El miedo a la muerte y el
terror que me atenaza por las noches si pienso en todas las posibilidades que
existen de sufrir. Aunque los dejara
atrás sé que me seguirían, cogidos a la cremallera de la mochila, como un
llavero. Puede que lo sean. La llave que
me abre la puerta de la felicidad. La noche que más miedo tengo es la mañana
que más feliz soy porque conozco el valor que tiene un minuto de vida regalado.
Me llevo las muertes de los
seres queridos, desde los primeros recuerdos hasta las manos frías.
También las de quien ha
dejado más que una huella en la historia, porque desgraciadamente sólo las muertes
nos evocan lo que ya habíamos olvidado.
En vida cambiaron el curso de la humanidad, y nosotros, como buenos
despistados, necesitamos que mueran para recordar.
Quisiera abandonar, y no
puedo, el tiempo perdido olisqueando en la existencia adulterada de los otros.
Curiosidad que nos roba a mordiscos las jornadas. Pero somos ya tan de todos
que nos necesitamos. Qué sería de nosotros si amaneciendo un día dejáramos de
existir para los demás...
Dejo atrás, aunque no
olvide, los rostros de quien bajo el cielo tiene su única morada, de quién
decidió arder consumido por la desesperación, de quién tiene más de lo que
merece tan próximo a quien no tiene nada, los rostros de quien muere a manos de
aquel que ama, de quien desaparece mientras otros celebran, de quien no tiene
padre ni madre, de quien platica hipócrita sobre el calvario de otros.
He cogido mis dolores. De
los curados prescindo, que ya no me sirven. Me llevo los dolores secretos, los incurables, los que viven bajo la piel y
ya no pasan nunca. Algunos me pesan,
otros son como una mancha en la mochila, aunque ya no se laven se han vuelto
livianos.
Me llevo a mis amigos, los
de siempre, que me ayudan cuando aquello de lo que no puedo huir me curva la
espalda. Y los nuevos, que me hacen sonreir y pensar que la gente es buena.
He metido en el macuto las
conversaciones entrecortadas de las tardes y los relatos delante de una botella
de vino. Porque sólo intercalando con el silencio de un vaso lleno se pueden
contar y escuchar algunas historias. Me llevo sus sollozos sin ruido y su mente
ensordecedora, colma de imagenes, palabras y preocupaciones, porque sé que soy la única alforja donde puede vaciar una
parte exigua de su pesante fardo.
He cogido mi trabajo, que no me ha hecho
lamentar un solo día haberlo elegido.
No me dejo casi nada. Aunque casi no quepan quiero
llevarme mi envidia, que cuando pasa me hace un poco más sabia; y mi presunción, que me enseña, cuando es rebatida,
que casi siempre me equivoco.
He decidido dejar atrás las
personas que me entristecen. Que me
recuerdan lo que no quiero ser y me dejan amarga la lengua, porque sé que codicio (a mi pesar) la ingnorancia de
aquel que vende su vida feliz sin saber que no lo es.
Entraré con los dos pies en
el año nuevo. Con la mochila cargada de mí. Con los besos que no pesan y las
inquietudes que lastiman los hombros. Con
las manos ocupadas sujetando otras manos.
Ningun año es un año más,
sino un año menos. Uno menos que tenemos para vivir, para ser tristes o felices.
Un año menos para amar, para abrazar, para besar y reir. Una palabra que ya no
diremos si no la decimos hoy. Pero aún queda tiempo. El próximo minuto es el
momento perfecto para decir “te quiero”.
Feliz Año 2014.
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