Tú me decías que cuando oyera nuestra canción sentiría llegar tus besos por
la espalda. Aunque estuviese lejos, aunque pasaran los años. Me decías en un
susurro, mientras tu aliento lamía mi cuello:“Escucha, oye bien la música,
porque no la vas a olvidar ya”. Y que razón tenías.
Me dejaste en el alma una espina envenenada. Con un veneno infinito. Del
que uno no se muere, sino que vive hechizado para siempre. La pócima del amor
prohibido que sana sólo con la muerte. Sí que me llegan tus besos con el aire
de la tarde a besarme la nuca, a hacerme cosquillas en la piel. Siento las
puntas de tus dedos que me colocan el pelo detras de las orejas. Las piernas me
llevan no me acuerdo ya dónde, porque la mente me ha conducido tan lejos que me
pierdo por las calles. Porque no veo las aceras, veo mis pies junto a los
tuyos; y mis manos no tocan el aire ni tocan nada, porque se han ido hacia el
recuerdo.
Por eso otros ojos y otra sonrisa casi escondida me traen tu brisa. Yo
creía que el veneno había desaparecido, pero sólo estaba diluido en la sangre y
en los años. Detrás de esos ojos he visto los tuyos, lo que no dicen, lo que
prometen. Y mi piel ha respondido a la llamada, llena de miedo, envuelta en tu
música.
Atiende. He escuchado las notas tan familiares que me rozan igual que tus
labios en la comisura de los míos. La melodía, las palabras, tan nuestras como
si las hubieramos escrito nosotros, me duelen como un golpe en el vientre. Quién
sabe porqué la boca del estómago palpita y se estremece cada vez que un sentimiento
nos asedia, como si el alma viviera ahí mismo, debajo del corazón, reclinada
sobre el ombligo y alimentándose de lo que penetra en la piel sin pedirnos
permiso.
La vida no ha sido injusta. Hemos sido nosotros, que no hemos hecho
justicia a lo que teníamos. Y ahora te presentas con otra mirada. Azúl, (distinta
del negro agujero de tormento con el que me mirabas) me contempla presagiando
cosas que tú y yo sabíamos de memoria.
Mientras el viento me trae tus besos y los enreda en mi pelo he mirado su
boca. No es como la tuya, pero me he preguntado curiosa si esos labios diferentes
besan como lo hacías tú.
Siento cosquillas en la espalda, la música me acaricia cada vértebra, como
pequeños besos, como gotas de lluvia que resbalan por la piel. Camino y mis
pies vuelan sobre el asfalto. La melodía ha entrado en mí y me está arrancando
despacio cada respiro. Me roba tu recuerdo, lo hace revolotear a mi alrededor y
se lo lleva, como hojas secas.
Dijiste: “Para siempre”. Y yo te creí. Por eso, sobre mi ombligo duerme la
pena que se despierta con nuestra música y me hace llorar. Por eso, cuando
camino y el viento me acaricia, te respiro en el aire del otoño. Por eso, cuando
veo sus ojos y su sonrisa, todo gira mientras bailas a nuestro alrededor
sonriendo y canturreando: “Vívelo, atrápalo, déjate desnudar el alma”.
Quién sabe porqué la pena y el amor viven juntos, duermen abrazados y se
bañan en las mismas lágrimas. Quién sabe porqué la música les abre siempre una
puerta secreta y los desata de la misma manera.
Tú me decías que cuando oyera nuestra canción sentiría llegar tus besos por
la espalda. Aunque estuviese lejos, aunque pasaran los años. Sí que me llegan
tus besos, con el aire de la tarde, a besarme la nuca, a hacerme cosquillas en
la piel....