martedì 29 aprile 2014

Música

Tú me decías que cuando oyera nuestra canción sentiría llegar tus besos por la espalda. Aunque estuviese lejos, aunque pasaran los años. Me decías en un susurro, mientras tu aliento lamía mi cuello:“Escucha, oye bien la música, porque no la vas a olvidar ya”. Y que razón tenías.
Me dejaste en el alma una espina envenenada. Con un veneno infinito. Del que uno no se muere, sino que vive hechizado para siempre. La pócima del amor prohibido que sana sólo con la muerte. Sí que me llegan tus besos con el aire de la tarde a besarme la nuca, a hacerme cosquillas en la piel. Siento las puntas de tus dedos que me colocan el pelo detras de las orejas. Las piernas me llevan no me acuerdo ya dónde, porque la mente me ha conducido tan lejos que me pierdo por las calles. Porque no veo las aceras, veo mis pies junto a los tuyos; y mis manos no tocan el aire ni tocan nada, porque se han ido hacia el recuerdo.
Por eso otros ojos y otra sonrisa casi escondida me traen tu brisa. Yo creía que el veneno había desaparecido, pero sólo estaba diluido en la sangre y en los años. Detrás de esos ojos he visto los tuyos, lo que no dicen, lo que prometen. Y mi piel ha respondido a la llamada, llena de miedo, envuelta en tu música.
Atiende. He escuchado las notas tan familiares que me rozan igual que tus labios en la comisura de los míos. La melodía, las palabras, tan nuestras como si las hubieramos escrito nosotros, me duelen como un golpe en el vientre. Quién sabe porqué la boca del estómago palpita y se estremece cada vez que un sentimiento nos asedia, como si el alma viviera ahí mismo, debajo del corazón, reclinada sobre el ombligo y alimentándose de lo que penetra en la piel sin pedirnos permiso.
La vida no ha sido injusta. Hemos sido nosotros, que no hemos hecho justicia a lo que teníamos. Y ahora te presentas con otra mirada. Azúl, (distinta del negro agujero de tormento con el que me mirabas) me contempla presagiando cosas que tú y yo sabíamos de memoria.
Mientras el viento me trae tus besos y los enreda en mi pelo he mirado su boca. No es como la tuya, pero me he preguntado curiosa si esos labios diferentes besan como lo hacías tú.
Siento cosquillas en la espalda, la música me acaricia cada vértebra, como pequeños besos, como gotas de lluvia que resbalan por la piel. Camino y mis pies vuelan sobre el asfalto. La melodía ha entrado en mí y me está arrancando despacio cada respiro. Me roba tu recuerdo, lo hace revolotear a mi alrededor y se lo lleva, como hojas secas.
Dijiste: “Para siempre”. Y yo te creí. Por eso, sobre mi ombligo duerme la pena que se despierta con nuestra música y me hace llorar. Por eso, cuando camino y el viento me acaricia, te respiro en el aire del otoño. Por eso, cuando veo sus ojos y su sonrisa, todo gira mientras bailas a nuestro alrededor sonriendo y canturreando: “Vívelo, atrápalo, déjate desnudar el alma”.
Quién sabe porqué la pena y el amor viven juntos, duermen abrazados y se bañan en las mismas lágrimas. Quién sabe porqué la música les abre siempre una puerta secreta y los desata de la misma manera.


Tú me decías que cuando oyera nuestra canción sentiría llegar tus besos por la espalda. Aunque estuviese lejos, aunque pasaran los años. Sí que me llegan tus besos, con el aire de la tarde, a besarme la nuca, a hacerme cosquillas en la piel....

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